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El Correo 2/05/2014

Luis de la Herrán, psicólogo especializado en infancia, da las claves para identificar al niño que abusa de sus iguales y pautas de actuación para evitar el bulliyng

«Hay quienes piensan que detrás de un alumno acosador hay una familia acosadora, pero no siempre es así. A veces te llevas auténticas sorpresas». Quien afirma esto es Luis de la Herrán, psicólogo especializado en temas relacionados con la infancia, entre ellos el bullying o acoso escolar.

«Para que un niño se convierta en acosador se tienen que dar muchos factores,  y aunque el estilo parental es uno de ellos no explica al 100% que un chaval sea agresivo con otro», asegura. Entre los otros factores que pueden convertir a un niño en acosador están los siguientes:

– La incapacidad para empatizar con los demás,
– El déficit de habilidades sociales para resolver problemas,
– El momento evolutivo en el que se encuentre

«El acoso se suele dar entre 5º de Primaria y 1º de la ESO. El hecho de que un niño de 3 o 4 años se comporte de manera poco hábil es porque no sabe hacer otra cosa. Si sus padres le educan de tal manera que cuando tiene un problema tiene que soltar la mano, tiene que mostrar su enfado continuamente, tenemos que ser complacientes con todas sus demandas,… estamos facilitando que cuando llegue a los 12 años sea más agresivo con los demás». En esta edad hay una fase en la que se dan muchas rabietas, «pero no están relacionadas con un comportamiento de agresor», ratifica el psicólogo. Eso sí, hay que intervenir para evitar que vaya a más. La clave está «en enseñarles a frustrarse para que aprendan a vivir con malestar, porque el no saber afrontar ese malestar también es uno de los elementos que influyen para que el chaval agreda».

Marcar límites y encontrar el equilibrio
Según explica Luis de la Herrán, «a los niños, tengan la edad que tengan, hay que marcarles límites y quererles mucho, son las dos cosas básicas que tenemos que hacer todos los padres». Y hace hincapié en la importancia de saber ignorar ciertas cosas. «Hay momentos en los que la educación nos pide no hacer nada y dejar solo al niño para que aprenda por sí mismo las consecuencias de su comportamiento», dice. «Es un punto de equilibrio entre ‘te hago caso porque te quiero y tienes que sentirte querido y protegido por mí’; ignoro ciertas cosas porque no van a ningún lado y lo que hacen es provocar que sigas portándote mal; y el castigo, el por aquí no pasas y te vas a la cama sin cenar».

El castigo debe ser lo último
Luis de la Herrán deja claro que hay que diferenciar bien que el niño no «es malo. Esto facilita evitar que el niño sea agresor, diferenciar que ha hecho algo malo, pero él no es malo». También valora la importancia del castigo, pero como última opción. «Cuando un niño de 4 o 5 años pega, hay que explicarles lo que ha hecho, estar serios, hacerles ver que ha dolido, que eso no se hace y castigarle, pero el castigo deber ser lo último que tenemos que hacer. Lo primero es reforzar al niño y darle gusto y ofrecerle situaciones atractivas por comportamientos atractivos. El niño no ‘debe’ portarse bien,  sino que se porta bien si tiene una situación atractiva después», aclara el experto. Sin olvidar, además, que el castigo «es un arte, y debe ser firme, corto, intenso, inmediato, proporcional, coherente y con fecha de caducidad». Nada más y nada menos.

Identificar a la persona que realmente agrede

Saber que un chaval está agrediendo a otro no es fácil. «Normalmente nadie lo sabe porque ni el agresor ni la víctima lo cuentan», asegura el experto, «pero después están los compañeros, los espectadore,  que pueden ser los que pueden tener una buena visión de lo que está pasando y dar la voz de alarma». En general, hay que tener en cuenta ciertos detalles,  como el hecho de que haga atribuciones externas y refiera que son los otros  los que le han hecho daño, son los otros los responsables del malestar que tengo yo, son los demás los que deben recibir un castigo, hay que prestar atención  cuando tiene habitualmente un lenguaje ofensivo y suela utilizar palabras despectivas,así como  cuando no empatiza con los demás. «Esto es importante,  el tema de que les cueste ponerse en el lugar del otro, la dificultad para diferenciar entre una paleta amplia de emociones».
Los padres no suelen ser los primeros en darse cuenta del problema. «Es normal, quieren mucho a su hijo y les resulta difícil. Por ello les deben llegar los mensajes por otras vías y ellos deben darse cuenta de que puede haber ciertas situaciones que a ellos pueden parecerles no muy graves, pero que están haciendo daño a otros, por eso es tan importante la capacidad de empatizar». Sinemabrgo,  la negación de los padres sobre la existencia del problema no significa que ellos sean agresores, «aunque -matiza Luis de la Herrán-  sí existen padres inhibicionistas que no se dan cuenta de que deben implicarse más en el comportamiento y la educación de sus hijos».

Medidas a tomar
«Las medidas a tomar dependerían del momento de conflicto», matiza el psicólogo. «Ponemos el nivel de un conflicto en una escala de 1 a 5 cuando el 5 es un conflicto extremo en el que se tiene que llamar a la policía, y el 1 es un pequeño malentendido. En los primeros niveles son intervenciones más preventivas, de formación con los profesores, con los padres, con los chavales para trabajar la empatía y la asertividad y que aprendan la diferencia entre unos y otros…».

En puntos intermedios, «cuando ya hay un conflicto expreso, pero no está para salir en un titular de prensa», cuando uno le ha fastidiado al otro, le ha tirado la mochila, se ha metido con él… se hacen programas en algunos centros de ‘alumnos ayudantes’, estrategias de mediación escolar, de atribución de responsabilidades… y a nivel individual hay programas de resolución de problemas, de mejora de la empatía, de respeto al diferente y psicoterapia directamente».

También en el centro escolar debe existir una coherencia entre la estructura del colegio y lo que  transmite a sus alumnos. No se puede decir a los chavales que hay que tener empatía, escuchar, saber  comunicar las cosas… y luego imponer un sistema jerárquico de aquí yo soy el que manda y tú obedeces, porque entonces resulta incoherente,  y está demostrado por muchos estudios que cuando hay discrepancia entre el estilo de dirección del centro y lo que se les está pidiendo a los chavales hay menos reducción de las situaciones de acoso escolar».

Además, hay que evitar inducirles a que se defiendan pegando. «Te tienes que defender pero no volver a pegar. Porque entonces es ojo por ojo y el mundo se quedaría ciego. Hay que sacar recursos primero para alejarte de la persona que te está agrediendo y responderle de manera asertiva, hay respuestas que no son ni callarse ni pegar, sino puntos intermedios que hacen que la persona no nos pegue otra vez», reclama Luis.

El niño ‘víctima’ puede convertirse en acosador
Otro punto a tener en cuenta es que el niño acosador no tiene por qué ser una persona agresiva cuando crezca. «De hecho, es más probable que un niño víctima sea un acosador de mayor que el niño acosador. De hecho es amplia la  probabilidad de que un adulto violento haya sido víctima de agresión en su infancia, así que nos tenemos que preocupar más de que el niño víctima pueda agredir, porque se ha dado cuenta de que ese es el sistema que hace que los otros se callen y obedezcan», alerta el psicólogo. «A la larga la agresividad no sirve de nada, pero inmediatamente sí, y los alumnos que han sido víctimas de manera repetida tienen la sensación de que sí funcion,  porque con ellos ha funcionado y presentan un sentimiento de venganza».

¿Hay solución para el niño acosador?
«La psicología es una ciencia de las probabilidades y por lo tanto hay cosas que no podemos controlar, pero sí, hay solución para el niño acosador aunque no al 100%», asevera Luis de la Herrán. Para que tenga solución se tienen que dar tres elementos en la terapia: la voluntad del que viene de cambiar su conducta; que haya confianza mutua entre el psicólogo, y el chaval y la familia; y que «el psicólogo sea capaz de poner en marcha las estrategias que tengan más evidencia empírica, que se haya demostrado que haciendo esto vamos a obtener resultados».

Y remarcar que no pasa nada por buscar ayuda profesional. «Los psicólogos no nos comemos a nadie», dice, «a mí cuando me duele el pie voy al podólogo y cuando me duelen las muelas voy al dentista».

Pautas para los padres

  • Poner límites a los niños y saber decirles que no y aguantar la frustración que les genera.
  • No prestar atención a cosas que no lo merecen, como ignoramos muchas veces el techo del lugar donde estamos. Y si pasa la línea roja castigarlos, pero sin enfadarnos, poniendo una consecuencia negativa que luego se olvida cuando se acabe. «No hay que castigarlos como quien le pone una letra escarlata».
  • Ser modelos de empatía, tenemos que hacer ver a los otros que entendemos lo que sienten los demás. «Entiendo que estás frustrado», y poner etiquetas a lo que siente la otra persona: tristeza, enfado, vergüenza, dolor…
  • Hacerles ver el daño que tienen las personas cuando sufren, cómo un niño tiene muchísimo miedo de ir al colegio porque le van a empujar, no le van a dejar jugar, les van a quitar el bocadillo o le van a pegar. Eso se puede hacer con cuentos que explican estas cosas o ahora que están tan al día las tabletas hay juegos y elementos que se pueden usar para que lo comprendan.