EL PAÍS 23 noviembre 2015
Los agresores suelen estar en el entorno familiar del niño, que tarda años en denunciar.
La edad media de inicio:11 años
La edad media en la que suelen comenzar los abusos sexuales sufridos por menores son los 11 años. Cuando el condenado es extranjero a menudo esgrime en su defensa ante el tribunal el factor cultural. Intenta convencer a los jueces de que en su país las niñas comienzan muy pronto a mantener relaciones sexuales y que son consentidas. En España, la última reforma del Código Penal, de pasado marzo, elevó de los 13 a los 16 años la edad mínima del menor para que se entienda que la relación es consentida.
Alrededor del 20% de todos los asuntos que ve la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo son casos de abusos sexuales, en su inmensa mayoría sufridos por menores. En octubre, la sala emitió 93 sentencias, de las que 16 (un 17%) resolvían recursos de casación contra fallos dictados por abusos a niños y adolescentes. A lo largo del mes de noviembre, el tribunal tiene señaladas otras 25 vistas. Aunque hasta ahora no se habían hecho estadísticas sobre estos casos, los expertos alertan de la llamativa incidencia de estos delitos en niños y, sobre todo, en niñas, que en muchas ocasiones no se atreven a denunciar hasta llegar a la mayoría de edad.
Las últimas sentencias dictadas por la Sala de lo Penal dibujan una desgarradora radiografía de las situaciones que viven muchos menores, en la mayoría de los casos dentro de su propia familia o en su entorno más cercano. Padres que aprovechan las noches o el momento del baño para abusar de sus hijas, padrastros siempre dispuestos a cuidar de la hija de su pareja mientras esta está en el trabajo y que acaban convirtiendo los abusos en una infernal rutina o tíos o amigos de la familia que convencen a la niña de que todo es un «juego» que no debe contar. Los pisos compartidos por familias extensas víctimas de la crisis son también un escenario coincidente para estos abusos en varias de las sentencias dictadas en los últimos meses por el tribunal.
Las sentencias revelan que la mayoría de los menores soportan los abusos durante años y, si nadie de su entorno los descubre, pueden no contarlos hasta mucho después. Cuando el autor de los delitos es un familiar, a menudo amenaza a la víctima para que no hable («si lo cuentas, la familia se romperá») o le soborna con regalos. Como los cinco euros de recarga para el móvil que le daba a su sobrina de 12 años cada vez que abusaba de ella un hombre condenado en octubre por la Sala de lo Penal. También le regaló un perro, “y cuando la niña le dijo que no aguantaba más esos juegos le amenazó con quitarle el animal”, explican los jueces. La pequeña un día no pudo más y llamó a su hermana, cuatro años mayor y que había dejado hace meses la casa familiar para ir a la Universidad. Cuando la niña le contó lo que le ocurría, su hermana le confesó que ella había sufrido lo mismo durante seis años. Las dos se habían criado con su abusador desde que fallecieron sus padres, pero la mayor nunca se atrevió a contar lo que ocurría.
«Muchos niños no hablan porque sienten vergüenza, creen que tienen culpa de lo que ha pasado», advierte Margarita García Marqués, psicóloga clínica de la Asociación para la Sanación y la Prevención de los Abusos Sexuales en la Infancia (Aspasi). A finales de octubre, el Supremo confirmó la condena de 13 años y seis meses de prisión por delito continuado de agresión sexual de un padre sobre su hija desde que la niña tenía 13 años. Le denunció con 21. La sentencia relata cómo por las noches el padre bajaba las escaleras de la casa y aprovechando que el resto de la familia dormía se metía en el dormitorio de la chica, que estaba en un semisótano.
Aunque cada vez se denuncian más estas situaciones, García apunta que son muchos los casos que se quedan ocultos. «Hay adultos que llegan a saber que un familiar cercano está abusando de un menor de la familia y no lo cuentan porque no quieren que su padre, su hijo o su hermano acaben en la cárcel», advierte la psicóloga. A su asociación llaman adultos que han descubierto una situación de abusos en su entorno, pero algunos se quedan en una primera y única llamada para pedir consejo y nunca llegan a poner el caso en concreto en conocimiento de Aspasi para evitar identificar y denunciar al autor.
Los jueces en sus sentencias dan también cuenta de las secuelas que sufren los menores. Estas dependen, sobre todo, de la edad y el tipo de abusos. En las víctimas de más edad o que han sufrido abusos con violencia, las secuelas suelen incluir un complejo cuadro que abarca desde angustias e insomnio crónico a agresividad e incluso automutilaciones. En el caso de las dos hermanas abusadas durante años por su tío y tutor, el tribunal detalla situaciones de ansiedad, miedo a salir solas a la calle, pánico a los hombres, pesadillas, depresión, confusión entre sexualidad y afectividad o tendencia a evitar en la medida de lo posible el contacto físico.
Cuando los abusos se han planteado como un juego, sobre todo en niños pequeños, la víctima a veces llega a normalizar esa situación. “El menor puede sexualizarse y buscar esa conducta con otros adultos. Esos niños son carne de cañón para otros abusadores”, advierte la psicóloga, en cuya asociación (www.aspasi.org) imparten talleres en los colegios para enseñar a los niños a detectar una situación de abusos. En más de una ocasión, cuenta la psicóloga, tras uno de estos talleres, un menor ha levantado la mano y ha advertido: «Eso me ha pasado a mí».