Tres millones de niñas y adolescentes son mutiladas cada año en el mundo, es decir, que cada seis minutos, una menor de edad sufre la ablación, una práctica consistente en la extirpación forzosa y sin razón médica de la parte externa de los genitales. Kenia, como otros tantos países, lo ha prohibido por ley, pero se trata de una costumbre fuertemente anclada en la sociedad, por lo que la erradicación aún queda lejos.
Así lo ha explicado este martes la directora de Proyectos de World Vision España, Susanna Oliver, en un acto en el que ha estado acompañada por el especialista ginecológico Ignacio Palomo y las keniatas Jennifer Kibon, Janet Naningo y Tabitha Portereu, reunidas en Madrid para contar su experiencia con motivo de la celebración, este 6 de febrero, del Día Mundial por la Erradicación de la Mutilación Genital Femenina.
Oliver ha señalado que 140 millones de mujeres de todo el mundo tienen sus genitales mutilados. Aunque la incidencia depende del país, de la tribu e incluso dentro de ésta, de la propia familia, hay lugares como Malí donde el 98% de las ciudadanas ha sufrido la ablación. Lo ejercen una suerte de curanderas y en una ceremonia ritual con la connivencia de los padres de la niña, que creen estar haciendo lo mejor para ella.
La edad de las víctimas también varía. Generalmente se entiende que la mutilación de los genitales es un paso previo al matrimonio, una preparación para la edad adulta: se practica a niñas de ocho o nueve años. Sin embargo, Oliver explica que cada vez se realiza a edades más tempranas para evitar que llegado el momento, puedan oponerse. Abundan casos de niñas de tres, dos años e incluso bebés.
«Hay muchas cosas en la comunidad que están asociadas a la ablación, como que una mujer que no ha sido mutilada no puede heredar los bienes si su marido fallece, no puede entrar en la ceremonia de circuncisión de niños o no se puede casar», ha señalado Tabitha Portereu, directora del proyecto de prevención de la ablación de World Vision Kenia.
Portereu lidera todo un abanico de iniciativas que van desde la sensibilización de las comunidades hasta el empoderamiento de las mujeres o la acogida de las menores que huyen de casa para evitar la mutilación. En una de sus charlas informativas sobre las consecuencias médicas de esta práctica estuvo Jeniffer Kibon. Bastó para que se negase a que sus hijas sufrieran las amputaciones. Así, cortó la cadena.
‘Mi marido pensó que sería una vergüenza
«He dicho a mi marido que mis hijas no van a pasar por esta situación y él lo primero que dijo fue: ¿Cómo es esto posible? Pensó que sería una vergüenza en el pueblo de su familia», explica esta madre de familia. Para atajarlo, ella misma pidió audiencia al jefe de la comunidad para dirigirse a todos los habitantes y explicar los peligros y las consecuencias físicas de la mutilación, muchas de ellas contadas desde su propia experiencia. Funcionó, salvó a sus hijas.
Según el doctor Palomo, los daños que provoca la ablación «son todos». Desde el punto de vista físico, van desde la muerte por hemorragia o infección -se practican en condiciones insalubres, con materiales como cuchillas de afeitar, navajas o trozos de vidrio-, hasta la transmisión de enfermedades como el VIH, la Hepatitis o el Tétanos. Además, generan problemas como fístulas o incontinencia, disfunciones sexuales y severas complicaciones en caso de embarazo y parto.
A nivel psicológico, es también devastador. El médico explica que desde el nivel psicoanalítico más básico, por el que las niñas que son mutiladas «arrastran toda su vida un trauma tan profundo que no podrán ni saber que lo tienen», hasta el efecto de rechazo del propio cuerpo y la sexualidad y de la comunidad, las consecuencias son múltiples. «Las comparan con los efectos de una violación», apunta.
Janet Naningoi también se libró, pero no fue gracias a sus padres. «Cuando tenía nueve años mi madre quiso hacerme la mutilación pero uno de los profesores del colegio me dijo que no había derecho. Me escapé de casa y fui a quedarme con mi tía. Cuando volví a la escuela, me dirigí al centro de rescate de World Vision y me ayudaron», explica emocionada esta joven de 17 años.
Señala que todo ha cambiado mucho desde entonces. La organización trabajó con sus padres y con el resto de su comunidad para hacerles entender que la mutilación no podía ser una opción. Janet, que ahora es una activista de los derechos de las mujeres, destaca no obstante su mayor victoria: gracias al paso que dio, sus hermanas pequeñas no serán mutiladas. «He sido el cambio en mi familia», dice.
La mutilación tiene relación directa con muchas otras prácticas que parten de la falta de reconocimiento de derechos a las mujeres, como el matrimonio forzoso, generalmente infantil, a cambio de una dote. Para erradicarla no basta, por tanto, con ofrecer información y sensibilización sobre sus consecuencias, el empoderamiento de las mujeres y el desarrollo de sus propios medios de vida es parte fundamental del proceso.
El proyecto de World Vision en Marigat, al oeste de Kenia, mezcla todos estos elementos, conforme ha apuntado Parteneu. Cuando comenzó su andadura en el año 2006, el 94,9%de la población femenina sufría la ablación. En el año 2010 la incidencia se había reducido ya al 58,1%, más de 15.000 personas han recibido formación y se ha evitado que 3.046 niñas sean mutiladas.
En paralelo, se trabaja con las circuncidadoras, para que tengan otros medios de vida. Muchas acaban convertidas en activistas contra la ablación. Asimismo, mantienen un centro de acogida de emergencia, en el que actualmente residen 19 niñas que han huido de casa como Janet y 64 niños que, de otro modo, no podrían acceder a una educación básica.